Wednesday, January 04, 2006

islasuspendida

Poema CXXIV (Fragmentos, edición 1953)
Dulce María Loynaz

Isla mía, ¡qué bella eres y qué dulce!...
Tu cielo es un cielo vivo, todavía con un calor de ángel,
con un envés de estrella.
Tu mar es el último refugio de los delfines antiguos
y las sirenas desmadradas.
Vértebras de cobre tienen tus serranías,
y mágicos crepúsculos se encienden bajo el fanal de tu aire.
Descanso de gaviotas y petreles,
avemaría de navegantes, antena de América:
hay en ti la ternura de las cosas pequeñas y el señorío de las grandes cosas.
Sigues siendo la tierra más hermosa que ojos humanos contemplaron.
Sigues siendo la novia de Colón,
la benjamina bienamada, el Paraíso Encontrado.
(...)
Tú eres por excelencia la muy cordial, la muy gentil.
Tú te ofreces a todos aromática y graciosa como una taza de café;
pero no te vendes a nadie.
Te desangras a veces como los pelícanos eucarísticos;
pero nunca, como las sordas criaturas de las tinieblas, sorbiste sangre de otras criaturas.
Isla esbelta y juncal, yo te amaría aunque hubiera sido otra tierra mi tierra,
pues también te aman los que bajaron del Septentrión brumoso,
o del vergel mediterráneo, o del lejano país del loto.
Isla mía, Isla fragante, flor de islas: tenme siempre,
náceme siempre, deshoja una por una todas mis fugas.
Y guárdame la última, bajo un poco de arena soleada...
¡A la orilla del golfo donde todos los años hacen su misterioso nido los ciclones!